Me paseo por la habitación y me paro en seco. Veo que todo está perfectamente ordenado, así que fijo mi vista hacia mi escritorio, la cual está llamándome silenciosamente. Me acerco y me siento en la silla, y veo el escenario perfecto para crear.
Mi mente fue más ágil que mi mano, y cuando quise darme cuenta ya tenía el lápiz justo en la derecha. Me encontraba frente al papel en blanco. Se sentía frío y distante. El escritorio era de madera y contaba con una única goma de borrar y un folio, nada más. Sin pensarlo mucho comencé a trazar lineas. Éstas eran tímidas, temerosas y suaves. Con ellas podía palparse la tensión que había en la habitación. No podía concentrarme, ese trazado no salía como yo lo planee en mi cabeza. Borro con la goma impulsivamente y aparto los restos con la mano rápido para seguir con mi tarea. Una cabeza.. una cabeza.. con un cuerpo. Una determinada acción que no logro trasladar al papel. Entonces siento un pinchazo en mi cabeza. Mi mente y mi mano van por separado, ninguna se ponen de acuerdo. Para cuando termino lo que es la parte superior, ya he borrado todo rastro de ella, indignándome por mis patéticos resultados. <<¿Esto es todo lo que puedo hacer?>> Me dije a mi misma.
Lo odiaba. Odiaba sentir que aún me faltase el conocimiento necesario para ese proceso creativo que muchos llaman "dibujar". Pero más odiaba sentarme frente a ese papel en blanco y saber que por mucho que trate de aprender odiaré mis creaciones. Mi cerebro hace stop y dejo caer el lápiz, rendida por mis propios miedos y frustraciones. Entonces en lugar de borrar como hacía usualmente, rasgo el papel hasta convertirlo en trozos para después tirarlos a la papelera.
La inspiración es algo que surge de la nada, que inunda tu mente y que, si no sabes manejarla bien, puede terminar en la basura, en el olvido, en la nada.