Meridiana, a lo lejos, interrumpió su marcha antes de que los tres se detuvieran. Allí, vio que paraban en un claro, al costado de la Iglesia.
Algo pasaba, no demostraban ni intimidad, ni cordialidad. ¿Por qué irían hacia un claro descampado si no se conocían? Acaso, el joven sería más ingenuo de lo que ella pensaba. Si buscó la plazoleta por referencias y comentarios era porque no la conocía. Algo que meridiana recordaba de sus clases de estrategia, era que se debía analizar el terreno antes de empezar cualquier batalla.
Edryan ¡No podía exponerse a tanto! Por más diestro que fuera con la espada, los otros eran dos. Tal vez, estuviesen de acuerdo para tomarle por sorpresa y despojarlo de algún bien que tuviere consigo. Murmuró: para sí: -Siempre pensando en conspiraciones, ¿cuándo podrás confiar en alguien? -
Quizá, el joven caballero hubiera percibido, lo que Meridiana; el albino permanecía expectante, guardaba cierta distancia del enmascarado, como si no quisiese perder ningún movimiento de éste. Eso denotaba, inteligencia emocional de su parte, parecía guardar cierta empatía y, hasta se podría pensar, que al ver al ingenuo caballero en una situación confusa, hubiera decidido ayudarlo. Eso demostraría que era una buena persona o que prefería ganarse la confianza del joven para luego tomar ventaja.
Resultaba difícil desconfiar del novel caballero, parecía claro como agua de manantial; sus intenciones podían leérsele en la cara. Pero, el enmascarado, era todo lo contrario, esa cosa de no dejar ver sus facciones, traía un mal augurio.
El caballero, escuetamente increpó al enmascarado. Éste hizo un ademán con las manos y tomó la barbilla de la máscara.
Meridiana, exclamó: -¡Sí!-. Luego, al recordar que no debía llamar la atención. Se insultó y dijo por lo bajo: -Connsh. Como si fuese primeriza-. Pensó: Estoy de suerte; vamos, vamos, levántate la máscara amigo, quiero ver y reconocer tu naturaleza.
La alegría no duró mucho, sólo pudo observar su barbilla, tenía pelo en la cara, -por lo que dedujo que no era un hombre muy joven-. Su tez, resultaba rara, de un tono a grisáceo, le recordaba al metal. No le gustaba nada.
Pensó de dónde le resultaba conocido ese síntoma, acaso, podría ser que el enmascarado hubiera trabajado con sales minerales, en particular de metales como la plata. Tal vez por eso no exponía su cara al sol, para que la argiria no fuese tan notoria y no quedar azul.
Uno de sus interrogantes ya tenía respuesta. El enmascarado, casi con un 90 % de probabilidad, era alquimista. Pero, ¿acostumbraría a experimentar en él sus pócimas? ¿Podría ser una persona tan confiada en su sapiencia?.
Meridiana había aprendido que las pócimas, si se pretendía ser un alquimista eminente y de vasta experiencia se probaban en otros. No era muy ético, pero sí práctico.
De haber conocido a ese sujeto en otras circunstancias, seguro ella le podría haber ofrecido una provisión de plata constante. Ahora ya era tarde, si en laguna ocasión se presentaban tendría que hacer como si no supiera o hubiera visto nada. Resultaría sospechoso que le ofreciera polvo de plata, así, sin más. 
Meridiana, aguardó un poco más, a fin de ver cómo se resolvía la situación. El enmascarado había cogido un tronco de palo santo lo suficientemente grande como si se tratase de una ramilla de pino.

Modifcado por akagi (2017-10-14 21:34:31)

La situación se me escapaba de las manos como si de humo se tratase. Empeoraba con el paso de las preguntas como si fuesen flechazos. Los efectos secundarios no serían inmediatos… Y como bien dijo Uber, no podíamos saber a ciencia cierta quién era realmente Dedé. Decidí dejar la mente en blanco, y mientras el albino y el hombre enmascarado discutían, chasquée los dedos para desviar la atención. El chasquido sonó con eco, ya que la zona apartada junto a la iglesia era un sitio calmado y silencioso. Carraspeé la voz y dije, insistiendo:
—Señor Uber, no debería desviarse del asunto por el que está aquí. Voy a proponerle algo sencillo: si usted logra vencerme con los puños, admitiré que su tónico resulta milagroso y no le molestaré; si por el contrario, consigo derrotarle, no intentará venderme más tónicos y se unirá a mí. Obviamente, no será gratis; ya discutiremos sobre ello. —comencé a estirar mi cuerpo haciendo ejercicios de calentamiento para prepararme para lo peor. Debía alzarme con la victoria, tanto ahora como en el torneo. Le hice otra vez una señal con el dedo mirándole fijamente. —Puede comenzar cuando usted quiera, atáqueme. Prometo no utilizar la espada, lo juro por la Reina.

Modifcado por ekah (2017-10-14 23:36:59)

Meridiana, que observaba de lejos, no se esperaba una escaramuza.
-Vaya jóvenes! - Exclamó.
No se representaba a Edryan tan temerario, pelear contra un sujeto que estaba estimulado por una pócima resultaba irreflexivo (pensó). No obstante, esas circunstancias presentaban una oportunidad instructiva para ella. Podía observar las habilidades en la lucha del caballero y el poder efectivo de la pócima. Asimismo, podría aprender algo más del joven albino. ¿Qué haría ante tal situación?
Parecía que a ninguno de ellos les incomodaba llamar la atención de las autoridades. Si bien era un paraje alejado, los guardias podían llegar de un momento a otro, reprimir la riña y poner sosiego. Ella no los iba a llamar, rememoró las enseñanzas de sus queridos “bobes” anarquistas, lo último que hacía un apersona de bien, era llamar a las autoridades. La sociedad podía vivir mejor sin tantas jerarquías.
Al historial de servicio del caballero el mote de pendenciero no le sería muy útil. En la batalla debía tener bizarría, pero en la ciudad, un caballero debía demostrar gallardía. Salvo que el enmascarado lo hubiera deshonrado. Pero, ella no había percibido nada de eso. Más bien parecía que el joven hubiera sido quien inició la disputa. Por ello, si recibiere algún que otro magullón, sería pedagógico para él.
Estas situaciones incomodaban por demás a Meridiana, ella estaba observando a esos sujetos, no pretendía ser percibida por ellos. Además, interrumpir una lucha ajena, mientras estuvieran ambos contendientes en igualdad de armas, no le parecía apropiado. El joven caballero (a su entender) había buscado la situación. Debía mantenerse al margen, siempre que la situación no pasara a mayores. En su caso, podría lanzar una bola de fuego desde la distancia y dar voces de alarma, a fin de llamar la atención del público hacia el descampado. Debía esperar, el tronco que había tomado el enmascarado podía servir; pero, si no hubiese personas que estuvieran prestas a apagar el fuego, éste podría extenderse y afectar la foresta.

Modifcado por akagi (2017-10-15 01:00:31)

Danyel Deynthier

Antes de que el enmascarado disipara mis dudas el joven interrumpió nuestra plática, para seguidamente desafiarlo a pelear. Era más que obvio que la “pequeña hazaña” solo iba a oscurecer más el asunto y dar pie a más incógnitas después de todo, pero era incluso aun más inverosímil buscar la solución por medio del enfrentamiento cuerpo a cuerpo, desconociendo el origen del alquimista. Sin darme tiempo a objetar el enmascarado se abalanzó sobre el caballero, y empezando así a golpearse mutuamente.

Ligeramente sorprendido por el rocambolesco desencadenamiento de los hechos, aunque un poco reticente y a sabiendas que sería más sabio salir por patas, me resigné a pararlos dando cuenta de mi fuerza de dragón antes de que la cosa fuera a más y llamaran la atención de quien no debieran. Al fin de al cabo ya estaba metido, y si tal vez me había excedido engañando a un caballero, ya verme directamente envuelto en una escaramuza tan extraña sería mi sentencia en más de un sentido.

Así pues cerré los ojos por un momento, le pedí a cualquier dios que quisiera escucharme que no notaran el oscurecimiento de mis iris por ligero que fuera a ser, y me interpuse rápidamente entre ellos empujando a ambos, cada uno a un extremo. E intentado, muy sabidamente en vano, no excederme con la fuerza.

— ¡Ya basta! —exclamé energéticamente.— Tú —dije mirando al enmascarado— Deberías de pensar en otros métodos para demostrar la valía de esos mejunjes, porque ir tapado hasta las cejas no ayuda en absoluto —desvié mi mirada al otro extremo—  Y tú —dije dirigiéndome al caballero— por mucho que estemos en un lugar apartado sigue cabiendo la posibilidad de que compañeros tuyos de guardia nos encuentren, y no creo que sea de buen ver encontrarte en tal extraña situación —Suspiré. Con suerte, haciendo que pensaran en sus propias cosas, conseguiría también disimular exitosamente las miradas indiscretas hacia mi persona en el caso (Más que probable) de que tal vez les empujara un “poco” demasiado fuerte. Tal vez fuera el mejor momento de dar por finalizado este paseo y volver a la posada. Bnorj me matará por insensato. Me estremecí imperceptiblemente ante la perspectiva.

La paciencia de Uber se había agotado tan rápido como el tiempo que le quedaba. La situación se había alargado indebidamente y ya ni sabía si iba a ser rentable. Iba a cortarlo a rajatabla.

-Mira, chico -mirando a Edryan- mi tiempo es limitado y ya has visto de lo que es capaz esta pócima. Así que, lo tomas o lo dejas, no puedo permitirme mas pruebecitas o explicaciones. ¿Quieres ganar el torneo? Aquí lo tienes.

El alquimista sin rostro puso el frasco en la mano del caballero y sin previo aviso dio media vuelta en dirección a la iglesia, como si tuviese prisa. Pasó incluso delante de Meridiana y no se enteró de su presencia o de que los había estado observando. Poco a poco su figura dejo de ser visible pasando entre los oscuros callejones de la ciudad.

Meridiana, al ver acercarse raudamente al enmascarado, sólo atinó a girar su cuerpo y bajar la cabeza, para ofrecerle el flanco derecho. Si bien éste parecía caminar sin ver, una nunca sabe, si fuera buen fisonomista o si el velo que ella portaba le llamara la atención.

No pensó en seguirlo, ya que sería muy obvio. Si se quedaba en la ciudad ella, podría encontrarlo en alguna taberna o en el Mercado. Allí, John tenía mil ojos y oídos que con gusto compartiría con ella, a cambio de algún pequeño favor.

Al volver la vista sobre la escena, el joven caballero se estaba despidiendo del albino y partía rumbo desconocido. Tampoco lo seguiría, por su estatus, era fácil de encontrar. Además, ya había entablado diálogo con él y resultaría sospechoso encontrarse dos veces el mismo día.

Quedaba allí, el joven albino, quien había despertado gran interés en Meridiana. Ya estaba atardeciendo, tal vez pudiera generar un encuentro casual, pero no en la calle, a esas horas nadie sensato pararía a hablar con extraños.

Quizá, el destino les permitiría encontrarse en algún otro lugar, podía seguirlo y ver si se presentaba la ocasión. Tal vez aquél se dirigiera a bajar la adrenalina en algún hostal o mesón.

Chequeó en su morral, a fin de contar cuánto metálico tenía encima, por si había que solventar un gasto extra. Cuando mucho, si no llegaba a su choza, pernoctaría en algún zaguán.

El alquimista sin rostro se adentró por los callejones mas sombríos de la ciudadela como si pasease por su casa. Llegó al final de un callejón que albergaba una puerta de madera con más años que grietas, sacó de uno de sus innumerables bolsillos una llave que colocó con suavidad en la cerradura, abriéndola.

En el salón de aquella casa apestada por olores de dudosa procedencia, habían tres individuos jugando a las cartas.

-Buenos días, Don Moria -dijo uno de ellos, un hombre extremadamente senil, con una cabeza cubierta por unos largos pelos canosos que, a pesar de su longitud, no eran demasiados y dejaban ver su calva llena de manchas oscuras. Sujetaba varias cartas con unos largos dedos que recordaban a las patas de una araña guitarra, tras decir su frase dejó las cartas sobre la mesa, haciendo una escalera de reyes.

-Saludos, señor patrono. Vengo a decirle que la "cosecha" ha sido un éxito. He logrado que varios participantes del torneo lleven consigo nuestra mercancía, de esta forma podremos ver sus efectos en una competición real.

-Como de costumbre, bien hecho, Grim. ¿Sabes sus nombres? Es para ver por quién apuesto -mencionó otro de los residentes de la mesa. Esta vez un hombre rubio y barbudo, de complexión gruesa, que llevaba ropas de alta clase, con exóticos rojos y magentas que conjuntaban con zafiros incrustados. Lanzó sus cartas, hizo una escalera de tréboles.

-Por supuesto, señor Hohem -respondió rápidamente el alquimista- en seguida le proporcionaré una lista con sus nombres.

El último hombre que quedaba por pronunciarse se levantó de la mesa y tiró sus cartas. Era delgado, con una cara alargada con una cicatriz en el labio, que además llevaba una trenza en su pelo negro que contrastaba con su pinta tosca y siniestra.

-No voy a jugar con un par de tramposos -criticó el hombre de la cicatriz, acto seguido abandonó el lugar sin hacer el más mínimo caso a Uber, el cual no sabía muy bien como actuar en esa situación.

-¡Bah! -escupió el patrono- Estos jóvenes con tanto código del honor y tanta patraña moral... ¡Todo vale en el amor y en la guerra!

-Es curioso que diga eso, patrono -destacó Uber- pues la mayoría de grandes caballeros que están en el torneo han aceptado los brebajes sin pensárselo, con la excepción de uno que se resiste pero estoy seguro de que aceptará.

-Por curiosidad, Grim, ¿quién es ese caballero? -preguntó Hohem.

-Ed... Ery... Eian... ¿Edryan?

-Pues ya se por quién no apostar, ¡ja! -se jactó el adinerado.

Los tres hombres rieron en aquel rincón inhóspito. ¿Se cumpliría su predicción? El tiempo lo dirá.

Olivia
Cerré los ojos antes de que la mercenaria se de la vuelta, como para no ver venir el golpe. En vez de eso, pude sentir sus brazos debajo de mis axilas, para cuando abrí mis ojos ella ya me había levantado sin ningún esfuerzo.
— O-oye! — Tartamudee en tono enojada — No hagas eso!, rayos ya sabes que soy pesada — Odiaba admitir que mi peso estaba algo excedido para mi tamaño, pero esta chica nunca tubo problemas para alzarme, siempre lograba sorprenderme su fuerza.
Finalmente me bajó. Ya estando en el suelo, sacudí un poco mi falda, acomodé mi sombrero y exclamé con mucha alegría — Chizu! — dije sorprendida, para luego continuar — ¿Qué haces aquí!? Cielos, no esperaba encontrarte en estos lares — Sin duda estaba sorprendida. Chizu es la clase de persona que está en constante movimiento, es difícil que se quede en un solo lugar, y, por lo general, solo me encontraba con ella cuando venía a visitarme, ya que era normal para mi encontrarme siempre dentro del bosque o en mi morada, que también estaba en el bosque...Así que realmente no era difícil encontrarme.

Danyel Deynthier

Con la misma rapidez que se había iniciado la trifulca, se disolvió como la niebla ligera poniendo fin al encuentro. El alquimista huyó de improviso, dejándole como presente el frasco con el misterioso líquido a Edryan. El caballero, por su parte, intentando enmendar una actitud ciertamente irrespetuosa solo para él, me reveló de manera límpida y fluvial sus deseos e intenciones. Pero, y por suerte, antes de poder abrir la boca y meterme en más problemas, se despidió  saliendo a la carrera sin darme siquiera tiempo a reaccionar. Suspiré.

Me embelesé con el ocaso, fijándome como el sol, brillante y luminoso curso atrás tomaba un color rojizo, y su luz perdía fuerza ocultándose tras el horizonte. Después, girándome ligeramente como si recordara algo, clavé mi mirada en los arbustos donde hacía un buen rato venía notando una presencia. Si bien no lograba ver la silueta completamente nítida pese a las peculiaridades de mi visión, sabía que había alguien, pareciera que ataviado en mantos. Sonreí hacia aquella dirección, esperando que se diera por aludido, y sin perder ni un momento más emprendí el paso, decidiendo que lo mejor sería dar un pequeño rodeo, si bien el desconocido no había dado señales en ningún momento de tener interés por interactuar, por precaución no pudiera llegar a ser seguido hasta la posada, mientras empezaba a buscar alguna excusa factible y elocuente para dar a mis compañeros más tarde. No pude evitar caer en la cuenta de que tampoco me vendría mal comer algo, pues al final el tiempo se había escurrido por mis dedos como si de arena se tratase, y el día casi había llegado a su fin sin apenas haber llegado a percibirlo.

Olivia
Luego de bajarme, la pelirroja rió, y comenzó a hablar.
'—¿Tu eres la sorprendida?, más bien, yo soy la sorprendida aquí, creía que nunca salías de tu morada Oliv.—' me dijo, y enseguida podías notar mi cara de enojo. —Hey!— exclamé mirándola —Que esté siempre en el bosque no significa que no visite otros lugares!— Crucé mis brazos, mientras notaba su mirada burlona. Ella pensaba que nunca salía del bosque, cielos, eso me molestaba, me hacía quedar como toda una sedentaria...Aunque, creo que si lo era después de todo.
Chizu comenzó a hablar de nuevo, asumiendo mi curiosidad sobre los echos que tenían tan ajetreados a los mercaderes y a la gente en general.
—Como crees!?— comenté en un tono medio burlón. —No es eso!, vine a buscar algunos ingredientes para mis pociones y hechizos, y me encontré con todo ese jaleo.— tomé una pausa, miré a mis alrededores y me acomodé los anteojos, luego continué —No es de mi incumbencia, realmente...Sin embargo— miré nuevamente a Chizu —Lo mejor es enterarse, no vaya a ser que luego nos perjudiquen los echos.— Dije esto algo seria, ya que estaba acostumbrada a el rechazo por ser una bruja.
Ya saben, era normal, para la gente que no cree en la magia y cree que el único que puede alterar las cosas y ponerle un fin es su 'dios',  ser un poco 'despectivos' con nosotras las brujas.
Enseguida comencé a inspeccionar a Chizu, y recordé con quien me encontraba, mi rostro cambio nuevamente, para esbozar una sonrisa —Pero cielos, de veras estoy sorprendida.— le dije a la pelirroja —Y bien, ¿Qué es lo que haces aquí Chizu?.— terminé por decir, mientras se ponía el sol y la noche se acercaba.

La luna ya se asomaba por el cielo cuando entré en la academia. Por la falta de luz me costaba distinguir el edificio, de no ser porque era uno de los más altos de a su alrededor. El fulgor que emanaban las velas de cada habitación indicaban que pronto se irían a dormir; debía entrar yo también. Subí las escaleras y me topé con la pequeña figura de quien menos debía ver en ese instante: Yessef. Me paré frente a él, y me dijo, mientras acariciaba su larga barba:
—A los jóvenes de hoy en día no hay quién pueda controlarlos… ¿Disfrutaste del paseo, Edryanne? —preguntó, casi susurrando esta última pregunta.
—Mis disculpas, señor. Necesitaba refrescar mi mente, prometo darlo todo en los próximos días. Por favor, llámeme simplemente Edryan. Ese será mi nombre para siempre. —dije mientras hacía una reverencia a modo de disculpa.
El hombre mayor soltó una jocosa carcajada y me miró de una manera inusual. No sonreía tanto como en aquel entonces; pude notar su mirada más apagada a través de las luces del gran edificio.  También pude percibir que me miró de arriba abajo, fijándose en que mi pelo estaba más revuelto que de costumbre y tenía algunas magulladuras. No podía saber nada acerca del frasco, eso no. Rápidamente rompí el contacto visual con el mago y me despedí de él. Pero, sin duda, sabía que él ya me conocía demasiado bien, y no era una experta en lo que a mentir u ocultar cosas se refiere. Entonces el hombre esbozó una pequeña sonrisa.
Entré apresuradamente al interior de la academia, y me topé de camino a las escaleras hacia mis aposentos a Siff y a Cheo. Me acerqué a ellos, de espaldas, sin que pudieran percibirme, y dije:
—Buenas noches.
Siff pegó un salto tan alto que pudo alcanzar la gran altura de Cheo. Comenzó a gritarme impulsivamente, mientras su respiración se veía tan alterada que podía escucharla:
—¡¿Se puede saber por qué apareces de la nada?! Casi me das un susto de muerte, ¿quieres que mañana encuentren mi cadáver o algo?
El hombre alto y de lacios cabellos suspiró y puso una mano en el hombro de Siff mientras le decía una y otra vez “ya está, déjalo, respira hondo...”. Y como si de alguna magia se tratase, la roja cara enfadada y amargada del pequeño se fue transformado en un rostro tranquilo y sereno. Algunas veces, Cheo podía llegar a asustarme; no por su gran altura, ni su fuerza, sino por la rapidez con la que puede relajar a las personas. Mis labios no pudieron evitar curvarse hacia arriba, y antes de que pudiese decir nada, Cheo se dirigió a mí seriamente, mientras seguía calmando al impulsivo Siff:
—Edry, estamos listos para lo peor. Sé que estos días apenas hemos podido hablar tranquilamente, pero quiero que sepas que nos tienes para lo que necesites. No es necesario que sea ahora mismo, pero podrías—
Una voz al fondo del pasillo interrumpió la charla del chico de ojos rasgados. Sabía lo que eso significaba; ya era media noche, y los caballeros tenían muchas cosas por hacer. Nos miramos, y con un “buenas noches”, fuimos a nuestros aposentos.
Subí por las escaleras y cerré la puerta con llave. Saqué de mi bolsillo el frasquito y me desvestí. Quité las vendas de mi cuerpo y me miré, una noche más. El cuerpo en el que nací era la mayor señal de mi pecado. No podía quitarme este pesar, pero si enmendarlo. Pensé en lo último que me dijo Cheo, pero… no era yo quién para pedirles a mis compañeros que me siguiesen a un camino lleno de desgracias. Quizás, y solo quizás, se lo proponga a ambos tras el torneo; aunque es innegable que ellos jamás accederían a tal viaje. Me acosté, y una vez más, soñé con los recuerdos del pasado. Los recuerdos eran efímeros; como las estrellas fugaces perdiéndose en la oscura noche iluminada tenuemente por la luna. Y es en ese entonces cuando me perdí en mi propia memoria.
Estaba oscuro. No podía ver nada, y mis ojos no se acostumbraban a esta gran oscuridad. Entonces, como si mi petición hubiese sido escuchada, pude ver al final de la lobreguez un hombre sentado en un asiento. Sentí el gran impulso de correr hacia él, y como si mis pies tuviesen voluntad propia, fui hacía allí. Estaba sentado ahí, en su silla de madera, aquella que madre todavía conservaba y que ahora lucía reluciente. Cuando quise tocar su mano comenzó a esfumarse, hasta finalmente convertirse en polvo. Quise rebuscar entre los restos, y hallé un cristal. En él se reflejaban varias figuras, de las cuales pude distinguir una familiar; una melena roja. Mis ojos se abrieron de par en par, ¿qué hacía ella en mi sueño?. Clavé mi vista en ese cristal, percibiendo otra más. Esta, a diferencia de la anterior, portaba un sombrero… ¿de bruja?. No conocía a ninguna. Me acerqué más y más al cristal, hasta tenerlo casi frente a mis ojos. Vi más figuras, que cada vez se convertían más en tinieblas. Entonces una de ellas se giró y me miró; esta tenía los ojos completamente rojos, el resto, simplemente era negrura. El cristal me cortó, y mi sueño se disipó.
Me desperté de madrugada, sudando. Todavía era de noche y ese sueño acabó de derramar el vaso de la duda sobre mi mente. Giré mi cabeza y me aseguré de que el frasco seguía ahí. Nada de lo sucedido el día anterior era un sueño, pues. Cerré los ojos otra vez e inevitablemente volví a caer en un letargo más profundo.

La vio desde un primer momento. Mujer, mediana edad, encapuchada, no había mucha gente así. Entre los ciudadanos de la ciudad se mezcló para seguirla, efectivamente era ella, se fue acercando mientras rodeaba su ruta cual serpiente que se enrolla sobre un ratón. Esperó hasta que la pálida luz de la noche hiciese gala de su presencia. Ahora el escenario estaba preparado. Los actores conocían su guión, bueno, excepto uno, que tendrá que improvisar para su desdicha.

Iba sola, parecía vulnerable, ¿cuál era el reto de esta cacería? ¿Por qué nadie había conseguido matarla antes? Desde luego, el precio de su jugosa cabeza no era el de cualquier vagabundo. Pero esa situación era demasiado buena, debía aprovechar, no podía aguantar más ese hambre, el hambre de escuchar un grito ahogado por la noche.

Calculó la trayectoria, no era difícil pues iba a paso lento, agarro un cuchillo arrojadizo y apuntó. Era un blanco sencillo, sabía que algo no iba bien, pero debía intentarlo. Tras pensar un poco la situación decidió dejar la mente en blanco; lanzó el cuchillo como una centella dispuesto a atravesar la nuca de esa mujer.

Meridiana, aún absorta en sus pensamientos, escuchó a su espalda un sutil siseo, cuando estaba por girar la cabeza, vio -de manera periférica- aproximarse cual saeta algo e instintivamente se arrojó al piso parapetándose tras unos escombros.

Agradeció que sus escamas aún la previnieran y que esa masa de huesos y tendones le haya respondido a tiempo. Escuchó un impacto seco y vio como un cuchillo quedaba hundido en la pared.

Se disculpó por haber pensado mal de la bruja, esto no era obra suya; rara vez ellas atacan con cuchillos. Esa era un arma propia de humanos -los únicos capaces de atacar a traición y por la espalda-. Debía buscar a su dueño, oteó la línea del horizonte, pero nada. Por la dirección y el ángulo en que quedó el arma, dedujo de dónde provenía.

El mensaje era claro, simplemente una declaración de guerra. Ante ello, el mundo se tornaba binario: amigo/enemigo, amor/odio, ganar o perder.

No sin angustia, buscó en su morral un frasquito con un líquido organofosforado incoloro e inodoro. Era uno de los elixires con los que más prudencia había que tener, sólo para situaciones de vida o muerte. En el caso, entendió que era ajustado el medio ya que alguien había atentado contra ella.

En cuanto arrojase la ampolla, se fundiría con el aire y cualquier sujeto que respirase en varios metros a la redonda tendría la visión turbada, dolores de cabeza, náuseas y otras complicaciones. Si bien ella podía estar sin respirar por media hora, el gas satin (de eso se trataba) una vez en el ambiente perduraría por varias más.

Era una dosis pequeña: medio miligramo, pero letal para el caso de entrar en contacto con una sola persona. No obstante, al dispersarse con la brisa, se propagaría rápidamente diseminando y diluyendo sus efectos.

Levantó un brazo, arrojó la ampolla hacia el lugar del que había salido el cuchillo y al bajar el brazo, tomó de recuerdo el que le habían lanzado con la esperanza de poder devolvérselo, en alguna ocasión, a su dueño.

Rápidamente guardó el "presente", volvió al piso y reptó velozmente por él hasta alejarse del lugar.

Modifcado por akagi (2017-10-27 05:49:44)