Escuchó el sonido del cuchillo chocar contra el suelo. No había acertado, y no precisamente por falta de puntería, el objetivo sabía lo que hacía. Acto seguido, había oído el sonido cercano de un frasco rompiéndose, ¿qué sería?

Solo bastó unos segundos para que Gitrel se pusiera a vomitar, algo había inhalado en aquel frasco que le estaba afectando. Sus manos temblaban y casi no podían reaccionar, estaba tirado en el suelo retorciéndose por un dolor que corroía sus entrañas. No había tomado las suficientes precauciones, su objetivo estaba mejor preparado.

Por puro instinto su mano llegó a su bolsillo, donde había guardado la obra maestra de Uber, el UM, era su única oportunidad ya que, aunque nunca había probado sus efectos en sus carnes, conocía que podía convertir a un simple hombre en una autentica maquina de matar semi-inmortal.

Esta situación era un todo o nada, casi como un reflejo de su cuerpo se metió la pastilla en la boca... Y se hizo el silencio.

Su cuerpo reaccionó por si solo, levantándose. Ya no se sentía mal, al contrario, se sentía mejor que nunca. Su cuerpo desprendía un aura, esencia, energía... una sensación indescriptible. Podía oír como se agitaba el viento provocado por la carrera de Meridiana, que estaría ya lejos del lugar, notaba cada poro de su morena piel, sudoroso y lleno de temor.

Quiso dar un solo paso, pero cuando se dio cuenta ya había avanzado varios metros. Soltó sin querer una carcajada, empezaba a comprender del poder que poseía ahora mismo, poder que quería usar para masacrar a aquella incauta que había osado envenenarle.

Un simple salto bastó como para llegar a lo alto de una casa, desde las alturas siguió lo que sus instintos le decían que era el paradero de su víctima. Cada uno de sus pasos resquebrajaba los tejados por el impacto de su fuerza, debía de estar llamando la atención pero le daba igual, sentía un poder comparable al de un ejercito entero, no había miedo o preocupación en su cuerpo.

Advirtió su paradero, esta vez con la vista, y salió disparado como un cometa hasta su posición, parándose justo delante de ella. Realmente podría atacarla al instante y no dejarle tiempo a nada, pero necesitaba saborear el momento, demostrar cuan superior era y ver como su presa intentaba por todos los medios evitar lo inevitable.

La mujer parecía querer entretener con conversación al hombre de la cicatriz, cosa de la que él se percató. Sin embargo, no se quedaría ahí mucho tiempo, un corte limpio en la garganta y se acabó, si no fuera porque le parecía divertido que su victima pudiese pensar que tenía alguna oportunidad.

-¿Que quién soy? -preguntó el hombre de la cicatriz, sacando un cuchillo de su cinturón y dando unos pasos hacia ella pero guardando las distancias- Solo soy un emisario de la muerte, no tengo nada contra tu persona. Pero hay una persona muy generosa y altruista que da una gran suma de dinero por tu cabeza, que es lo único que me importa.

Volvió a dar unos pasos para imponerse. Quería ver si huía o contraatacaba y prepararse para degollarla ipso facto.

Miró el cuchillo que acababa de clavar, no sentía dolor alguno. Con la suavidad con la que se corta un queso, lo sacó; no había rastro de sangre alguno salvo en el filo, la herida había cicatrizado al instante. Ni el propio Gitrel podía creerse cuan poderosa era la droga de aquel alquimista.

-Je... -dejó soltar una pequeña risa con soberbia- parece ser que has agotado todas tus oportunidades, ni el metal ni el veneno han acabado conmigo. Estoy muy por encima de un simple simio como tu.

No le dio tiempo a que la mujer encapuchada pudiera contestarle, se abalanzó sobre ella portando ambos cuchillos con trayectoria directa a su pecho.

Chizu
La peliverde abrazó a Chizu agradeciéndole felizmente por el presente que esta le había otorgado. La pequeña bruja, ahora guardando su nuevo paquete, le sugirió a la peliroja acompañarla a su humilde morada.

Para Chizu, quien vivía de aquí para allá, nunca venía mal una propuesta de cama y comodidad. Uno nunca sabía dónde iba a tener que descansar la próxima luna, y mucho menos, si sería cerca de un aliado o de un enemigo. Para su suerte, aquella bruja era una persona muy agradable, a la que, se alegraba considerar su amiga y, ¿qué mejor que pasar la noche con alguien que puede cubrirte la espalda como una poderosa hechicera? Hablando en términos de supervivencia claro. Pero aún así ambas tenían un fuerte lazo que las unía más allá de eso.

La pequeña bruja sugirió pasar la noche en su casa, y a cambio de su simpático presente, entregarles algunas pociones que, seguramente, a Chizu le vendrían de mucha ayuda.
" —Estoy segura que no tienes nada mejor que hacer, y podríamos ponernos al día con todo!—" expresó la bruja mientras hacía un gesto de por favor con ambas manos. Vaya, al parecer estaba algo ansiosa por la idea de pasar la noche junto con una vieja amiga.
—Bueno, es cierto que no tengo nada que hacer — comentó Chizu. — Y creo que, realmente prefiero ponerme al día contigo antes de que alguien más se entere de que volví al pueblo... Ya sabes, con tanta gente nueva, nunca sabes quién irá tras tu cabeza esta vez— Se rió nerviosamente, pues en las últimas lunas pasadas, la peliroja siempre ha sido perseguida y/o conocida por meterse en diversos problemas que, terminaban llevándola, de alguna u otra manera, a pedir dinero por su cabeza.
—Aaaunque no te preocupes — continuó rápidamente la peliroja, pues no quería que la bruja se angustie —No es que sea fácil conseguir mi cabeza... Entonces, está bien Oliv, te seguiré a tu hogar— finalizó frotando el hombro de su compañera esperando ver la reacción de esta.

Meridiana, observó al hombre de la cicatriz, lo tenía tan cerca que no pudo evitar pensar que la vida era eterna en cinco minutos, dialécticamente, también podía ser efímera en igual lapso.

Su boca quedó tan cerca de la cicatriz que no pudo contenerse y pasó su lengua bífida por ella, como pensaba, sabía horrible. Con sus dedos largos recorrió suavemente el torso del sujeto, de la barbilla bajaron hacia el esternón, llegaron a la cintura y tomó sus cuchillos.

Recordó sus clases de anatomía. Testeó la hoja del cuchillo, por suerte el hombre lo tenía bien afilado. Lo introdujo por el foramen magno, ese agujero que se encuentra entre el hueso occipital –base del cárneo- y la primera vértebra cervical.

Con cierta destreza para atinarle al ángulo (la evolución había hecho unas variaciones en él), su mano derecha llegó rápidamente a punto y no sin aplicar bastante fuerza para poder hundirse hasta el raquis, partió la cisterna cerebelo medular.

El líquido encéfalo raquídeo empezó a drenar. Así, no sólo estaba separando la médula del resto del sistema nervioso, sino también las dos arterias que llevan la sangre oxigenada al cerebro.

Sus caras estaban tan cerca que ella podía sentir su aliento. No quería hacerlo sufrir. No le gustaba matar –lo tenía que repetir, cada vez que se veía forzada a hacerlo-.

Sin irrigación, las neuronas perecen a los pocos minutos. A los diez segundos la persona pierde el conocimiento y la hipoxia conduce a la muerte. Sintió angustia, pero -aun así- no quitó el arma de la nuca del caballero.

Se aproximó aún más, quería darle un beso en la frente. Todos antes de morir debían sentir cariño. Repitió parcialmente las palabras que minutos antes le había dicho el hombre:
- “No tengo nada contra tu persona…”, solamente no me agrada que me busquen por la recompensa.
-A la muerte no se la busca- Sentenció y aclaró:
-Sólo se la encuentra en una esquina de la vida-. 

Por suerte, era un método limpio y medianamente rápido. Meridiana sabía que su carácter era débil. No se podía permitir tener empatía en esas situaciones. Pero la proximidad y el latir del pecho del hombre casi junto al suyo le estaba jugando en cotra.
-Hubiéramos hecho una buena pareja, pensó

Odiaba que le hubieran puesto precio a su cabeza, ello solo la forzaba a matar a más personas. Hablaría con John, suponía que había quitado todos los quedasen de ella que había en la ciudad. O, tal vez, pasase algo peor, alguien hubiera traído más.

Una conversación empezaba a surgir en los confines de una habitación apestada por un exótico humo que parecía separar el mundo real con un mundo de sombras y conspiraciones.

-Gitrel ha muerto -sentenció el patrono- su cadáver ha sido encontrado esta mañana por los guardias.

-No es que tenga una gran sed de venganza pero... -interrumpió Hohem- ese hombre nos debía mucho dinero. Y ahora lo hemos perdido.

-Cálmense, caballeros -trató de tranquilizar Uber. puedo encontrar al homicida para que nos haga pagar en oro o en sangre lo que os debía. Por supuesto, por las labores de forense me gustaría recibir un porcentaje de beneficio, como por ejemplo una tercera parte. Y no os recomiendo que rebajéis el precio porque soy el único de toda esta ciudad que podría hacer una exhaustiva investigación para dar con el bellaco. ¿Qué me decís?

Los dos hombres se miraron mutuamente y agacharon los hombros. No les quedaba otra opción que aceptar su propuesta.

-Queremos que sea cuanto antes, no nos gusta que nos falte dinero -concluyó finalmente el patrono, seguido de una afirmación con la cabeza de Hohem.

Efectivamente, el alquimista era la única persona, a parte de Gitrel, que conocía el rosto de la que debía ser la víctima aquella noche. Todo empezaba a cuadrar, ese precio no lo tendría cualquiera. Sin embargo, a él no le interesaba mínimamente la venganza, veía con curiosidad qué podría haber sido capaz de vencer los efectos de su UM, era la oportunidad perfecta para retomar su investigación y dar un nuevo salto para potenciar sus efectos.

Sentía que algo nuevo iba a comenzar en cuanto pusiese un pie en la ciudad para desentrañar los misterios que albergaba esa noche.

Olivia
Vi a Chizu algo dudosa, pero sin duda aceptó mi oferta. —Que bien!—, pensé para mi misma. Realmente me agradaba la idea de pasar la noche con una vieja amiga.
Chizu tocó mi hombro luego de aceptar gentilmente. Enseguida tomé su mano y exclamé con mucha felicidad —Excelente!, no te arrepentirás Chizu,  te lo aseguro—. En ese momento solté amablemente su mano para agarrar mi genial (no quiero presumir) escoba, que generalmente usaba para viajar al mercado...En realidad, la usaba para viajar a todos lados.
Me monté en ella, dejando un lugar detrás mio para mi fuerte amiga. No tuve que preguntar, sabía que no tendría miedo, vamos, era Chizu, se había enfrentado a cosas peores que una escoba voladora!.
Chizu subió detrás mio, y ascendimos al cielo, donde casi podíamos ver las estrellas de la noche, si no fuera porque no era tan tarde aún. Al llegar a mi morada, estaba exhausta, lo primero que hice al llegar fue ofrecerle algo de comer a Chizu, darle un par de cobijas y echarme en mi cama. Ir al mercado me cansaba, generalmente me quedaba haciendo pociones o ensayando hechizos nuevos en mi jardín, y aunque muchos pensarán que eran cosas más agotadoras que ir al mercado, era algo a lo que ya estaba acostumbrada...Al menos más que ir al mercado.
Al despertar me sentí algo mal, ya que le había dicho a Chizu que íbamos a platicar, sin embargo me ganó el cansancio. Así que esa mañana me levanté temprano, tanto como estaba acostumbrada, y preparé un rico desayuno de té de hiervas y otros yuyos, además de un rico pastel que encontré por allí. Sabía que esto compensaría lo de anoche, o, al menos lo esperaba. Era una mañana húmeda y estaba algo nublado. mala suerte para nosotras si llovía, porque realmente me hubiese gustado salir a pasear con Chizu o mostrarle mis bellas plantas y los nuevos hechizos que había aprendido desde la última vez que nos vimos.

Danyel Deynthier

Los acontecimientos del día anterior no me habían pasado factura, o no al menos como yo lo esperaba. Si bien había sobrepasado ligeramente la paciencia de Bnorj con mis devaneos y mi desaparición, Absdem se mostró predispuesto a echarme una mano. Pero la noche había transcurrido extraña. No era algo tangible, sino más bien un presentimiento. Me desperecé y salí de la habitación, consciente de que hoy nos levantaríamos todos a la par. Yeiff me sonrió desde el otro lado del pasillo, y me acerqué a él.

—Bueno, después de lo de ayer al menos tus escapadas estarán justificadas —dijo mientras me pasaba el brazo por los hombros y me sonreía ladinamente.

La jugada magistral de Absdem había consistido en encauzar el rumbo de la discusión no a que me había pasado el día fuera a mi libre albedrío, sino a que era necesaria cierta investigación sobre el terreno de la cual yo me podía encargar. Así, lo que parecía que iba a ser una reprimenda monumental por parte de Bnorj devino en la implantación de una serie de tareas, de las cuales la mía consistiría en recopilar información para situarnos mejor en el contexto de la urbe. Suspiré mientras me intentaba zafar de Yeiff.

—Bueno, ciertamente fue mi culpa. No planeaba pasar todo el día fuera en un principio —dije, mientras me atusaba inconscientemente el flequillo —Simplemente la cosa se… me escapó de las manos.

—Es lo que te suele pasar —me guiñó un ojo y bajemos directamente a la taberna, con los demás.

El ambiente estaba más pesado de lo normal, y había más murmullos que el habitual bullicio que uno se solía encontrar en este tipo de lugares.

—Se ve que encontraron un cadáver anoche —comentó Absdem mientras se llevaba la jarra a los labios.

—Eso no es algo fuera de lo normal —comenté, haciéndome el desinteresado desayunando, mientras mi actitud daba a entender lo contrario a mis palabras.

—Sí, todos los días se encuentra cadáveres —añadió Yeiff, mirándome de refilón. Habían captado nuestro interés. Si habían decidido sacar tal tema, seguramente fuera porque habría algo turbio con el asunto.

—Se ve que fue en circunstancias extrañas —esta vez Bnorj decidió darnos algunos detalles más, apoyado en su discurso por Absdem. Yeiff y yo apenas intercambiamos miradas. Después, se hizo el silencio.

Si bien después de esto la conversación siguió fluyendo de manera desenfadada, aquel dato no había pasado desapercibido, y se había dejado caer que tal vez podría sacar algo más en claro. Metiéndome en el mínimo número de líos posibles, preferiblemente. Decidí seguirles la conversación animadamente un rato más, mientras cavilaba mi próximo movimiento.

Antes de que Edryan se diese cuenta, unos guardias acompañados por una extraña figura encapuchada alzaron la voz para hacerse notar.

-¡Hemos encontrado a un doctor! -gritó uno de los guardias mientras se dirigían al difunto- Se ha ofrecido a analizar el cadáver y verificar si se trata de algo simplemente inusual o es cosa de artes oscuras.

Aquel que parecía ser el galeno era un encapuchado bastante alto que portaba una máscara de la peste. Hizo una reverencia a los soldados y señaló a una dirección para que llevaran al muerto y poder analizarlo. Una vez allí en aquella casa menuda, un lugar que parecía caerse a pedazos como un leproso, puso al hombre de la cicatriz en una mesa.

-Necesito que se vayan, puede ser altamente infeccioso si no se tiene el debido cuidado, sin embargo, voy a necesitar que al menos uno se quede conmigo para que me preste una mano en las tareas que un débil hombre como yo no podría hacer -su voz rápidamente le resultó familiar a Edryan, era aguda pero no de mujer y además parecida desgastada no por la edad sino por tener los pulmones llenos de gases que los Dioses saben de donde serán- Necesito un guardia joven y enérgico, uno como... ¿tú? Sí, tú, pareces joven y enérgico, justo como en mi descripción, ¿cuan coincidencia verdad?

El joven a quien había elegido resultó ser Edryan. Los guardias, a pesar de no comprender lo que el doctor pretendía, decidieron obedecer sin rechistar y se marcharon de la estancia. Sin pensar siquiera en la negativa del joven, el médico comenzó a hablar mientras inspeccionaba el cadáver, soltaba sin ton ni son datos sobre su pelo, piel, ojos, uñas... casi parecía como si la única función del guardia fuese tener que aguantar su monologo.

En un cierto momento extrajo con un algodón un líquido proveniente de su lengua.

-Edr... Joven, necesito que me traigáis un animal pequeño, como un ratón o un canario. Lo necesito de inmediato y es de suma importancia así que os agradecería encarecidamente que no os tomaseis vuestro tiempo -exigió el doctor, mientras le hacía señas para que se marchase sin establecer contacto visual con él.

Modifcado por zator (2018-01-15 23:18:46)

Al parecer la pregunta de Edryan había hecho reír al doctor. Sin embargo, no le respondió, se dedicó a pasar el algodón por el morro del pequeño roedor. Lo sujetó con fuerza, ya que el animal empezó a chillar como loco, poseído, tal fueron sus gritos que se podía oír desde el exterior, donde los guardias posiblemente empezaran a murmurar y cuchichear. Pero todo eso terminó cuando el ratón repentinamente ahogó su voz y sus ojos pusieron rumbo al infinito.

-Hm... tal y como me temía... -balbuceó y a continuación guardó el roedor en un pequeño frasco donde lo metió a presión, oyéndose los crujidos de su diminuto cuerpo- Y por cierto, chico, sois un joven de gran valor, he de admitir, pero os daré un consejo: no os metáis donde no os llamen. No lo digo en imperativo, lo digo por vuestra propia seguridad, os aseguro que en esta ciudad hay cosas que es mejor no saber.

Hizo una breve pausa mientras comenzaba a abrirle el pecho al cadáver con un fino cuchillo. Volvía a dar datos sobre este sin importarle si Edryan le escuchaba, era un modus operandi automático, como si se tratase de un ritual. Extrajo algunos trozos de carne que tenían colores chillones, entre ellos rojos, naranjas, amarillos... era difícil determinar la razón de su aparición. Lo único certero era que el extravagante doctor sabía lo que hacía, de eso no cabía duda alguna.

-Necesito que informes a tus superiores de que hay alguien, o algunos, vete tú a saber, que posee un veneno en forma de gas altamente tóxico con la capacidad de matar a unas 10 personas... con una enésima parte de esta. Es urgente que inspeccionen y arresten a cualquier sospechoso.

Cuando Edryan salió a hablar con el resto de guardias de lo que le había ordenado el médico, este se dispuso a inspeccionar en los bolsillos de la víctima hasta que encontró aquello que parecía estar buscando. Se trataba del cartel de se busca de Meridiana, rápidamente se lo guardó para que nadie más lo viera.

-Será un secreto entre tu y yo -susurró para sí mismo mientras terminaba de diseccionar al hombre de la cicatriz.

Modifcado por zator (2018-01-16 20:07:06)

Meridiana, caminaba hacia el Mercado, las callejas ese día le parecían interminables; si bien había dormido y realizado los ejercicios para relajarse, las últimas horas le pesaban. La urbe murmuraba, un secreto a voces se levantaba.

Al andar no pudo evitar escuchar los rumores sobre una muerte ocurrida la noche anterior en los “bajos fondos”. Si bien un muerto no era una gran noticia, ella sabía que debía aguzar el oído, prestar atención y estar atenta a todo lo que se dijera.

Un porcentaje de los comentarios serían falsos, otros podían ajustarse un poco a los hechos. Creía no haber dejado rastros, si bien no pudo deshacerse del cadáver –el cuerpo del delito por antonomasia-. Incinerarlo le hubiera demandado más energía y podría pensarse que fue realizado con saña.

Le constaba que no había sido así, es más, casi podría decirse que fue un caso de eutanasia. Ese hombre buscó morir y ella fue misericordiosa. Escuchó al pasar que el muerto no había sangrado, lo que corroboraba lo piadoso de la mano asesina.

Se detuvo, tenía que desechar esos pensamientos. Sólo debía escuchar los corrillos y, en su caso, meter algún bocadillo para generar diversas líneas investigativas. A la postre todo se diluye. Al recargar el sentido sobre algo, lo evidente parece desvanecerse.

Al encontrarse con John, éste no le dio tiempo. Como de costumbre él tenía buena información de fuentes fidedignas. Sabía que Meridiana era una buena aliada, por lo que no dudó en contarle lo que sabía, esperando que luego ella hiciera lo propio. Era una relación perfecta de toma y daca.

Le dijo que el muerto era un caza recompensas y tenía deudas de juego, pero ese no parecía el motivo de su deceso. Si bien lo habían apuñalado, no había sangrado; muestra evidente que tenía en su cuerpo alguna sustancia que constreñía los vasos sanguíneos.

Narró sobre un misterioso médico que se había presentado para hacer una autopsia (una práctica poco habitual en esos casos). Según un guardia amigo: le habrían dado a un ratón un pedazo de pulmón del occiso y el cobayo habría muerto a causa de esa ingesta.

Meridiana, sabía que parte de lo dicho debía ser mentira y otra parte cierta. Le resultaba sugestivo que hubiera aparecido un médico tan raudamente y que se hubiese hecho una autopsia al cadáver. Tendría que indagar sobre el misterioso galeno.

En punto al pobre ratoncito; repasó mentalmente los efectos del gas satín que había usado para escapar del hombre de la cicatriz: se evaporaba en media hora y era raro, pero -tal vez- en la mucosa quedaban restos y eso mató al roedor.

John la miraba, esperando que ella hablase. Le dijo que había escuchado la falta de hemorragia en la herida. Que todos hablaban de algo “raro”, pero no habían sido tan precisos como la fuente de John sobre la autopsia y la revisión de los pulmones.

Ella dijo que estaba allí por su “antigua preocupación”, que entendía superada. John –que recordaba su pacto con ella- le volvió a decir que se despreocupase del tema, él se había encargado de eso. Estaba seguro que no habían quedado carteles con la imagen de Meridiana en la ciudad.

Tan equivocado estaba, que no ató los cabos sobre la muerte del caza recompensas y ella. Sabía que era una mujer de cuidado, Meridiana había cumplido su parte del trato. Si él faltaba a su palabra no le sería gratuito. Por lo que expresó, que volvería a rastrillar la ciudad por si había alguno.

Ella se despidió, diciéndole:

-Así espero, eso me dejaría mucho más tranquila querido amigo. Es muy pesado cargar con mi pasado.

Caminó de regreso, no sin antes musitar las palabras rastrillaje y recordó lo del gas satín. Por suerte, de hacerse búsquedas no encontrarían más que alcohol isopropílico y un poco de fósforo (con sólo esos componentes no se podía preparar el fatídico gas).

Paralelamente a la tranquila mañana de las dos compañeras, en la escena del crimen donde ciudadanos de a pie y soldados desviaron su atención al galeno que aparecía en escena.

-¡Escuchadme, ciudadanos de Knovv, se haya en nuestra amada patria una bruja, una vil bruja que está practicando las más maléficas artes oscuras! Lo que han visto esta mañana, ese hombre, solo ha sido una pobre víctima que debió pillarla in fraganti y fue sentenciado por su malignidad... ¡Hemos de buscarla y llevarla a la hoguera, por el bien del reino!

En un abrir y cerrar de ojos, el pueblo se sumió en el caos, gritaban entre ellos, en una mezcla de miedo y confusión, los soldados intentaron calmar a la masa pero eran demasiados. En aquel momento, el galeno, dio dos pasos al frente, dirigiéndose a la multitud.

-Ciudadanos, comprendo perfectamente vuestro miedo. Mas si queréis proteger a vuestros seres queridos de ese repugnante ser, debéis mantener la cabeza fría -mientras pronunciaba su grandilocuente discurso, alzó el puño al cielo- ¡Buscad, hermanos, capturad a cualquier mujer sospechosa, removed cada rincón de esta bella ciudad hasta dar con la infame!

El pueblo volvió a gritar y a moverse por el lugar, mas los soldados los frenaban.

-¡Para el carro! ¿Quien te crees que eres para estar al mando y pedir que hagamos una caza de brujas? -exclamó un soldado que parecía ser el cabecilla- ¡Solo eres un dichoso galeno, haz tu trabajo inspeccionando el cadáver y déjanos a nosotros buscar el culpable!

El médico se dio la vuelta con los brazos cruzados, meditando la situación, al cabo de unos segundos se giró lentamente.

-¿Es que estas protegiendo a alguien...?

-¿Qué?

-Hablas como si te molestara que tan solo hiciéramos unos inofensivos interrogatorios, ¿acaso tienes miedo de que descubramos la verdad que esconde la bruja a la que intentas proteger? -manifestó su malintencionada pregunta con una risa.

-¡Serás bastardo! ¿Como te atreves...? -el oficial le apunto con su lanza, pero fue detenido por uno de sus subordinados.

-Señor Hallgod, yo... ¡le he visto varias veces cometiendo adulterio con una mujer de aspecto sospechoso! -confesó uno de sus soldados.

-¡Yo también, siempre esta escondiendo a una mujer! -exclamó otro de ellos, al momento todos empezaron a hablar y chismorrear sobre la aventura que estaban teniendo los dos amantes- ¡Estas protegiendo a una bruja, bruja, bruja!

Antes de que el soldado se diera cuenta, sus propios compañeros le apresaron, presas del pánico por la historia de la bruja. Se olvidaron por completo del galeno y del asesinato, empezaron a capturar toda mujer que les pareciera sospechosa, la ciudad se empezó a sumir en el caos poco a poco.

-Vaya -balbuceó Uber, quitándose la máscara de médico, mostrando un rostro cubierto de vendas- no pensé que fuese a salir tan bien.

Modifcado por zator (2018-04-25 22:27:25)